lunes, 17 de noviembre de 2008

Uno de los tantos Claudios

Claudio, con la cabeza gacha y los dedos lastimados, insistía en conocer a la Maga y seguía martillando clavos para tratar de enderezarlos. Trataron de explicarle que eso había sucedido antes, pero él había elegido su propia manera de leer la historia. “Elegiste esa manera porque te fue permitido e inducido a que así lo hicieras” le dijo, pero desoyó el comentario y no volvió a hablar con esa persona. Fue la misma que le dijo que hacer una banda de rock, pelarse y usar anteojos oscuros ya había sido usado antes. También fue ella quien le dijo que sería linda una historia de amor en el Titanic pero que le parecía haberla oído. Él desde entonces no le creyó mucho, pues no le parecía nada linda la historia. Desde entonces descreyó de todo lo que fuera amoroso, cualquier historia del estilo no era para él. Quiso ponerse entonces un traje negro y salir por las noches a combatir criminales, pero ella le dijo que podía volverse un ridículo en sí mismo persiguiendo payasos. Se enojó tanto entonces que le dijo que se iría a recorrer el país corriendo e inspirar a otras personas. Ella al otro día le alquiló Forres Gump, la cuál él calificó como un gran descubrimiento e intentó llevar la historia de esa persona al cine. Ella le dijo que mejor comenzara escribiendo un libro de cuentos con historias parecidas, a lo cual él accedió y su resultado fueron un par de hojas explicando de manera fantasiosa por qué los flamencos se paran en una pata y por qué las tienen de color rosado. Ella después de leerlo le dio un beso en la frente y lo llevó de paseo por el micro centro para aclarar sus ideas. Fue entonces cuando Claudio vio un número cómico realizado por actores improvisados pero de alma, y le comentó la fabulosa idea que se le acababa de ocurrir, juntarlos a todos en un programa nocturno y mecharlos con imágenes de tipos que eran golpeados por bolas en la ingle. Ella se agarró la cabeza, y una semana más tarde le regalaba Rayuela.

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