lunes, 24 de octubre de 2011

Elecciones Presidenciales 2011

La historia. Esa, de los libros. Esa que a partir de la revolución tecnológica se construirá de forma más colectiva que nunca.  Esa que nos vemos obilgados a conocer, por una cuestión meramente académica, a veces. O la que nos toca leer por esas cuestiones de gustos personales. La que hoy se visita en un monitor, con los riesgos del hipertexto allí, más que cualquier otro momento. Esa historia es la que uno ve pasar por delante. Allí está.  Veloz, una vorágine de imágenes, números. Momentos.


La historia es la que se ve desde el balcón. La que comienza a tomar un color oscuro, de la noche, una vez que el sol bajó y deja de ser ese obstáculo visual que se soluciona con unos anteojos oscuros.  Allí, a 50 metros, se ven.  Están, como estuvieron antes, como no pudieron estar en otros momentos, como vuelven a estar.  Se juntan, se abrazan, lloran. Se besan, se saludan, se guiñan un ojo.  Se muestran sus hijos, se elogian. Cantan, bailan.  Se esconden tras las banderas, se funden con ellas.  Festejan. Viven.
Esa misma historia es la que nos obliga a aplaudir. A pensar, a disentir, a enojarnos. A desilusionarnos más de una vez. A renacer, a volver, caminar, estudiar, manejar. A enamorarnos, a confiar, a esperar.  A acompañar. 

Y caminamos, bajamos. Atravesamos la puerta de hierro (histórica).  Nos acercamos, nos fundimos.  Esperamos.  Registramos, alcanzamos a llevar por un segundo dentro nuestro una conciencia que nos permite aguardar el instante, el momento.  Eso.  Estamos aquí, viviendo la historia. Nos sentimos parte de la historia de los demás. Y ellos también. Esa sensación de que todos estamos allí por lo mismo, de que podemos decir que representamos a todos los que no están, porque al fin y al cabo, también son parte.

Son cientos. Se acomodan tras los vallados, y se ayudan lo más que pueden. Y también se traicionan. Pero (¡y cómo es esto al final!) miran hacia el punto exacto en el que, saben, se depositaran los ojos de quienes el día de mañana lo cuenten en los libros de texto para que un estudiantado deba repasar lo acontecido en esta región en esta época. Y esto es lo mismo que se refleja en los ojos de ese niño a caballito de su padre, en los de la mujer que hace instantes tuvo que sentarse lejos de la muchedumbre por una repentina baja de presión. Y hay gente que llora. “Yo nací para vivir este momento” dice alguien por allí.

Nos acurrucamos muy dentro de un instante en el que todo es un pueblo haciendo. Un pueblo que camina. Que hace historia. Que asimila el presente. Y que, tal vez, por primera vez en sus vidas, conjuga presente y futuro en una misma oración, en un mismo pensamiento. Y ahí sí, loco. La historia se vuelve distinta.


No hay comentarios: