El día que el tipo caminaba a tomar el colectivo (ese día había decidido tomarse el 12 en Montes de Oca) notó que algo extraño perturbaba ese camino- el cual hacía varios días que no tomaba- Era una especie de bulto que obstruía el normal paso por la vereda. Este tipo pensó que tal vez debía aventurarse hacia la calle, asfaltada, para poder pasar. Aunque le parecía un esfuerzo innecesario, dado que la vereda no era un sitio adecuado para soportar este bulto. A simple vista no pudo descifrar si era una bolsa de basura, un cartón maltrecho, o un montón de prendas de vestir usadas y tiradas. De hecho, antes de jugarse a pasar sus piernas por encima del bulto (la calle no era opción, estaba minada de excrementos de perros y conocía que era famosa por la alta velocidad de algunos vehículos al pasar por allí) intentó inspeccionar un poco más de cerca al objeto.
Allí se sorprendió al percibir un silbido corto y ahogado. Más se sorprendió al notar que el bulto despedía un olor pestilente. Una mezcla de vino barato con vómito de quien ha comido frutas podridas. Instintivamente, el tipo, pensó en darle un certero golpe, ya que sin dudas se trataba de aglún ser vivo. Pero no le entusiasmó la idea de ensuciar su zapato. Motivo por el cual buscó algún objeto cercano. Allí, apoyado sobre la pared de la fábrica abandonada por la cual pasaba, vio apoyado un bastón.
Sin importar la procedencia del mismo, lo tomó y de inmediato y con timidez casi absoluta, procedió a mover el bulto. Ante los primeros 4 intentos no hubo reacción alguna. Al quinto, eso que estaba en el piso se incorporó. En un solo movimiento abrió un par de alas enormes, de color negro, parecían de género. Elevó lo que era su rostro. Era de tez blanca, pero estaba con un bronceado propio de unos 15 días en chapadmalal, sin uno solo de lluvia. El ser bostezó. Tenía los ojos rojos. El tipo no sabía ante qué se encontraba, qué riesgo podía correr. Miró a todos lados alrededor pero no encontró nada. Aún no eran las 6 y media de la mañana. Se había levantado más temprano de lo usual. Es que quería pasar por el kiosco de diarios a comprar el Clarín, que comenzaba ese día a entregar una serie de libros de suspenso que le interesaban.
En ese pensamiento estaba cuando el ser le pidió el bastón. Temeroso, el tipo se lo dio. El enigmático ser dijo “gracias, flaco” y se elevó en el mismo momento en que decía “no tomo más”.
El tipo lo vio elevarse y desaparecer en cuestión de segundos. Se escuchó un ruido metálico a unas cuadras. El hombre del kiosco de diarios agarraba a patadas la puerta trasera que se trababa casi siempre. El tipo buscó la billetera en el bolsillo interior del saco (ese día tenía ganas de usar saco para verse importante) y siguió su camino. Tal vez pudiera hojear un poco de esa novela antes de entrar a trabajar.
Allí se sorprendió al percibir un silbido corto y ahogado. Más se sorprendió al notar que el bulto despedía un olor pestilente. Una mezcla de vino barato con vómito de quien ha comido frutas podridas. Instintivamente, el tipo, pensó en darle un certero golpe, ya que sin dudas se trataba de aglún ser vivo. Pero no le entusiasmó la idea de ensuciar su zapato. Motivo por el cual buscó algún objeto cercano. Allí, apoyado sobre la pared de la fábrica abandonada por la cual pasaba, vio apoyado un bastón.
Sin importar la procedencia del mismo, lo tomó y de inmediato y con timidez casi absoluta, procedió a mover el bulto. Ante los primeros 4 intentos no hubo reacción alguna. Al quinto, eso que estaba en el piso se incorporó. En un solo movimiento abrió un par de alas enormes, de color negro, parecían de género. Elevó lo que era su rostro. Era de tez blanca, pero estaba con un bronceado propio de unos 15 días en chapadmalal, sin uno solo de lluvia. El ser bostezó. Tenía los ojos rojos. El tipo no sabía ante qué se encontraba, qué riesgo podía correr. Miró a todos lados alrededor pero no encontró nada. Aún no eran las 6 y media de la mañana. Se había levantado más temprano de lo usual. Es que quería pasar por el kiosco de diarios a comprar el Clarín, que comenzaba ese día a entregar una serie de libros de suspenso que le interesaban.
En ese pensamiento estaba cuando el ser le pidió el bastón. Temeroso, el tipo se lo dio. El enigmático ser dijo “gracias, flaco” y se elevó en el mismo momento en que decía “no tomo más”.
El tipo lo vio elevarse y desaparecer en cuestión de segundos. Se escuchó un ruido metálico a unas cuadras. El hombre del kiosco de diarios agarraba a patadas la puerta trasera que se trababa casi siempre. El tipo buscó la billetera en el bolsillo interior del saco (ese día tenía ganas de usar saco para verse importante) y siguió su camino. Tal vez pudiera hojear un poco de esa novela antes de entrar a trabajar.
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