Como todos los trabajadores, llegamos un momento, después de una dura jornada, que nos despistamos. Perdemos esa concentracion de la cual veníamos haciendo uso. Y entonces fue cuando lo ví, me vio, segundos de tensión. El calor provocaba cierta ola de aire que subía como el humo. Raudo, levanto mi pie, con la ojota veraniega hawaiana de color blanco, que, sin mediar palabra, busca aplastar su pseudo humanidad, él (o tal vez ella) la esquiva, por debajo, busca un refugio que queda lejos, demasiado, se lo nota cansado pero con las fuerzas suficientes para gambetear un segundo intento. El tercero no es de la misma manera, ya no es algo que baja amenazante, sino otra cosa. Es un remate de puntin, contra ese cuerpo quebrajoso, que suena al golpear bruscamente contra la pared que tiene de frente, luego de ser impulsado de imprevisto. No llegará a cumplir su misión. Lejos, un contingente debe estar temiendo que algo ocurrió. Tal vez alguno de su clase llora, pero no es algo que incumba. Sin embargo, luego de la segunda patada que provoca su caída por las escaleras, ya derrotado, como cualquie trabajador, merece un humilde homenaje.
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