jueves, 31 de mayo de 2007

2/3

Anoche por tercera vez en mi vida, tuve en línea recta frente a mí a alguien con un chumbo. La primera vez fue en mi fiesta de egresado, por el barrio de Caballito, donde con un amigo sacamos gente que estaba haciendo quilombo -de hecho los sacamos nosotros porque el patova había recibido un sillazo en su nuca- y uno de los pibes se levantó la remera y tenía el arma en la cintura.


La segunda vez es tal vez graciosa, fue durante un Trabajo Práctico de la Facultad, donde hacíamos una fotonovela y teníamos un arma de juguete como utilería. En plena esquina donde la locación era un bar, con una luz y una cámara reflex, nos encontramos con un policía que traía el chumbo en el bolsillo apuntando a nuestro actor principal. Al margen de que nos comimos un proceso judicial, el momento cúlmine fue la llegada de dos patrulleros más (se ve que pidió refuerzos el muchacho al verse intimidado por la cámara) y las frases del azul: "si se hubiera movido un poco lo bajaba con un tiro".


La tercera pensé que no llegaría nunca, y el ámbito nuevamente es educativo, en pleno curso de cine en la calle Callao, en el epílogo de la clase, cuando ya conocíamos para qué usar un lente gran angular, la puerta que se abre de una patada y una vez más, justo hoy elijo sentarme de cara a la puerta, allí está. Un hombrecito de traje azul, al grito de "¡quietos, policía!".

Ahora, lo alarmante de esto, es que de las tres veces, dos fueron policías.

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