miércoles, 27 de julio de 2011

Cuentos de un tipo - Sketch


El tipo acumuló gran cantidad de monedas, en instinto previsor ante una eventual escasez (la cual era probable ante la cercanía de los meses de verano, claro que la cercanía era de más de 6 meses, pero en estos tiempos enl os que todo es efímero, aún el tiempo, sin dudas era un “a la vuelta de la esquina”). El constante sonajero en que se convertía el bolsillo del saco del tipo era, cuanto menos, llamativo a los menores cuyos oídos quedaban a la altura del molesto chin-chin.  En algunas cuadras fue llamado “el hombre chin-chin”, pero no llegó a ser siquiera una leyenda o mito, puesto el tipo acostumbraba a darse vuelta cuando sentía que alguien hablaba de él y a radiografiar sus puntos de vista con una mirada de “ojito”.

El tipo pagaba con monedas en el subte, con lo cual era visto también como un bicho raro en aquél nicho de tarjetas y por favor deme cambio. En una ocasión llegó a pagar 10 viajes con moneditas de 5 y 10 centavos, con lo cual, lo que en un principio fue de beneplácito para los cajeros, se transformó en algunos chines en un odio visceral por parte de la extensa cola que comenzó con quejas alusivas al tiempo, al subte que se me va, a la madre santa del tipo y a otras más inverosímiles como “me voy a perder Francella”.  Fue, sin dudas, esa frase la que motivó al tipo a volver su vista sobre sus hombros y expulsar un “hoy no es domingo, y no son todavía las 8 de la mañana”.   Grande fue la sorpresa del tipo al advertir que detrás de la sonrisa nerviosa de su más próximo seguidor en la fila se asomaba un bigote icónico.  La mueca del segundo se volvió hacia un solo lado y, ahora combinando su tono con una abertura exagerada de los ojos celestes, dijo “no, si es una cosa de locos, es”.

El tipo se volvió hacia el cajero, un joven imberbe que no llegaba a los 25 años, quien apuraba el conteo de moneditas con dos dedos y transpiraba un poco en su tarea de perderse para volver a contar.  Cuando finalmente recibió sus 10 viajes, el tipo agradeció (algo nervioso, no se puede negar) y se dijo a sí mismo no volver a acumular tamaña cantidad de monedas del menor valor, o, a lo sumo, gastarlas en un momento en el cual su cotidianeidad no fuera digna de un sketch barato.

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