lunes, 30 de marzo de 2009

Los Fantasmas no Existen

Lorena tenía la misma mirada triste que antes. Estaba algo cansada, las ojeras delataban un descanso interrumpido y casi nulo. Miraba al piso mientras Guillermo suspiraba sentado en la cama. En el mismo suspiro evacuaba el humo que el cigarrillo, segundos antes, visitaba sus pulmones. Tiraba la ceniza en una lata que solía contener duraznos en almíbar hasta que la noche anterior había decidido terminarlos. Miraba de forma intermitente a Lorena. Ella, sentada en la silla de la computadora, parecía perdida. Sus ropas anchas alguna vez lo habían excitado hasta el extremo de pensar en secuestrarla y encerrarle en un sótano para siempre. Ahora parecía una sombra de lo que había sido. Tenía los ojos siempre grises. No cabían dudas que ya no eran los mismos que hacía 15 años. Por un instante surgió aquella Lorena, radiante que acariciaba su incipiente calva. Guillermo sonrió y se tiró en el colchón, para que el ventilador de techo pudiera darle mayor aire en el cuerpo. –No sé –dijo, y su vista pasó a posarse en el techo. Tenía esa manía de controlar sus movimientos sin demostrar que estaba pendiente de ello. Por eso no le preocupaba tener el cigarrillo en la mano derecha, la cual ahora se posaba sobre la almohada. Por un instante, el fuego, los gritos, el humo. Sus mejores momentos solían ser instantes. –Pero… ¿por qué? –dijo Lorena, sin separar su vista de la madera del suelo. Había líneas que nunca eran parejas, le gustaba seguirlas con la mirada para abstraerse mientras escuchaba Charlie Parker y soñaba con ser la Maga. –No sé, te digo que no sé –rumió Guillermo. Se levantó de la cama y caminó descalzo hasta el equipo de música, prendió la radio y volvió a pitar el cigarrillo. Sonaba Bob Marley & The Wailers. Anunciaban que “every little thing gonna be all right” –¿Eso es ironía, no? –preguntó Lorena, mientras fracasaba en intentar una sonrisa. –Yo no puedo controlar estas cosas –bromeó Guillermo. El aire estaba tenso, la tarde no ayudaba y no parecía haber demasiado más qué decir entre ellos. Desde hacía 15 años parecía ser lo mismo. El mejor momento de ambos fue cuando cumplieron 2 meses de salir. Entre idas y vueltas, habían analizado la situación hasta el más mínimo detalle para llegar a la cuenta que no podían estar juntos. Y lo habían hecho porque los hombres solemos equivocarnos y jactarnos de ello. Tenían dentro del alma el sentimiento que siempre es mucho más fuerte que cualquier razonamiento. Eran 2 meses maravillosos, felices y llenos de cursilerías que ambos necesitaban. En esos pensamientos se perdía la cabeza de Guillermo, por eso la patada al tacho de basura que no exaltó a Lorena, sino que la esperaba. –Siempre la misma reacción –dijo. Una pequeña lágrima rodó hasta la comisura derecha de su labio. –Nos conocemos demasiado –gruñó su pareja. Hundió el cigarrillo en la lata y fue a la heladera. Buscó algo para refrescarse, pero sólo había jugo. –Voy a comprar cerveza – –¿Me vas a dejar sola? – –Como si no estuvieras rodeada de gusanos –respondió Guillermo mientras se calzaba las ojotas. Buscó una camisa para ponerse encima de la remera musculosa. Las bermudas estaban bien, no había por qué hacer escándalo a la hora de vestirse para ir al chino. Sorpresivamente sonó el timbre, al mismo tiempo que tomaba las llaves de la mesa. Miró a Lorena. Había llevado su cara entre sus rodillas. La remera blanca estaba pegada a la espalda y el cuchillo seguía clavado bien hasta el fondo. Lorena empezó a llorar. –15 años pasaron… y seguís tratándome igual –dijo Lorena, quien comenzó a desvanecerse del lugar. Cuando abrió la puerta, Guillermo se encontró con Martín, quien llegaba para “ver cómo andas, hace mil no sé de vos”. Se invitaron mutuamente a comprar algo para tomar, para picar y esperar que dieran el partido. Guille aceptó porque necesitaba despejarse de “lo mismo de siempre”. Aceptaba que de vez en cuando le volvía a pasar, pero que lo había aprendido a sobrellevar mejor. Pero que, inevitablemente, le daba sed cada vez que aparecía esa mujer que nunca existió y que sin embargo él había matado para que nunca lo abandonara.

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