viernes, 11 de abril de 2008

Queratocono, la mochila

A ver... todo arrancó cuando tenía 18 años. Ya había terminado el secundario (al día de hoy me preguntó cómo lo hice teniendo en cu enta lo que tenía) y estaba en la pieza de mis viejos acostado con la pierna inmovilizada luego de la operación de Ligamentos. Hacía mucho tiempo que no leía un libro, y quise hacerlo, me di cuenta que no veía las lestras. Miré la tele, que estaba en el comedor, y me di cuenta que no veía los títulos. Meses después fui al oculista, me recetaron anteojos. No veía nada. En una salita del barrio de La Boca una doctora me tuvo alrededor de 5 horas yendo y viniendo al consultorio, hasta que luego de pensarlo un rato, apagó la luz y con un aparatito me miró medio de costado. La prendó, se sentó, pensó un ratito, escribió algo en un papel, se levantó, se sentó en la cmailla, me miró y me explicó que las córneas tienen una forma de curvatura, que las mías no eran así, estaban en forma de cono, y me mostró el papelito donde se leía "queratocono=córnea Cono". Pensando que sería algo normal, consulté muchas cosas y todo me hacía sentir peor. Era una condición rara y la única manera de frenarlo definitivametne era con un transplánte. No me acuerdo si ese día estuve sorprendido o lloré de miedo, la verdad no me acuerdo. Pasó un tiempo, encontré un oftalmólogo que me dijo sobre los lentes de cotacto y allá me mandaron y fui. Todavía recuerdo el doctor de Pforner, hablando en su español propio de quien tiene una lengua europea como principal. Me hablaba como si nada hasta que notó mi cara de temor cuando consulté por el costo. Antes de contestarme me preguntó si era la primera vez que me hacía lentes, a lo que contesté que sí. "Pero entonces, ¿como has estado viviendo hasta hoy?" me interrogó, alamrmado. Los lentes no eran comunes, sino duros, pedazos de plático en el ojo, con los cuales puedo ver bien, lo que me permite hacer. Sin embargo pasa, están esos malditos días, esas veces en las que me despierto y siento, sin exagerar, que cuando intento abrir uno o ambos ojos, hay un duende del tamaño de una botellita de gaseosa de 600, parado en mi cabeza con un alfiler en la mano, dispuesto a pincharme apenas levante los párpados. Hay veces que sé que están ahí. Tal vez más que eso me ha dolido muchas veces el sentir que muchos pensaron que exageraba, que no debe ser para tanto, que miento. HAsta que por ahí me ven con los ojos como si me los hubiera querido arrancar un gato, o me ven mirando la pantalla para terminar ese trabajo mientras me salen las lágrimas. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Me lo he preguntado miles de veces. He buscado por muchos medios, tengo en mi historial alrededor de 10 u 11 oftalmólogos, de los cuales rescato la frase "Si, te va a doler, pero bueno... te la tenés que aguantar". Y es así. Me sigue costando mucho aceptar que hay cosas que, por más esfuerzo que le meta, no puedo hacer, me tiran. Sé que hay anillos para implantar, pero no quieren hacerlo porque por mi edad lo más seguro es que rechace el transplánte, lo mismo con las córneas. Mientras tanto va a seguir, va a volver a pasar, puedo seguir intentando, todo el tiempo, pero sé que algún día, cualquiera va a pasar que el duende se caga de risa de mí, y espera, conteniendose de hace ruido, esperando que me descuide y vuelva a abrir los ojos para levantar ambos brazos, como indio en pleno rito de sacrificio religioso con la víctima tendida ante él. Y me va a doler, y mucho. Y cada uno con su mochilita, así vamos caminando por el centro, o componiendo cada día lo mismo, cada uno con esas piedras en la espalda, cargando y cargando. Soy conciente que ninguna otra mochila puede ser más liviana que la mía, todos tendrán su sufrimiento parecido y su duende maldito que los aqueja.

No hay comentarios: