viernes, 28 de septiembre de 2007

Bogado

Espectador I 
Sentado en aquella ruinosa silla, que brillaba como una estrella en lo que era un cuarto sucio, hediondo, algo resquebrajado en las paredes, el hombre sostenía las fotos en sus manos, y trataba de mirarlas una vez más, tras las lágrimas que comenzaban a soltar sus ojos, que pronto serían semejantes a una canilla pobremente arreglada. La canilla de la cocina siempre gotea, tal como el tanque de agua del baño siempre es la preocupación existencial de todos los hombres, siempre en segundo plano. En este caso muy en segundo plano. El hombre seguía intentando convencerse de lo que las fotografías reflejaban. Acariciaba su bigote, ampliamente poblado de cabellos blancos y castaños, a veces con cierta fuerza, arrancando varios. Quitando de lado el problema y la situación, el detective había logrado un trabajo perfecto. Las caras estaban más que visibles, las luces redondeaban muy bien el rostro de la niña, y las sombras hacían parecer a aquel hombre tan rufián como en su cabeza. Las tomas eran lo bastante cercanas como para poder apreciar el pequeño lunar que ella tiene debajo de su ojo izquierdo, cerca de la nariz. Ella parecía contenta en algunas tomas. Esa sonrisa se parecía a la de su madre, cuando tenía su edad. Ahora su madre era una de las reinas en el penal femenino de Ezeiza. El hombre dejó finalmente las fotos en la mesa, se secó las lágrimas y buscó un cigarrillo en sus bolsillos. Se paró para registrarse mejor, y notó que tenía hambre, que tenía sed, que le quedaban sólo dos cigarros y que estaba aún en la oficina del detective. Aquel tipo, con barba candado, vestido siempre de negro, con cualquier tipo de prenda, había hecho un buen trabajo. Y se había ganado muy bien sus pesos. En la oficina había una pequeña heladerita, el hombre pensó que quizás allí encontraría algo que saciase su sed, o su hambre. Pero sólo frío, y algunas porciones algo añejas de pizza. Una latita de cerveza a medio beber, sin gas. Debían de ser cerca de las 6 de la tarde, ya afuera comenzaba a oscurecer, y el invierno suele despertarse en las noches. ¿Dónde debía de haber ido el investigador? El hombre recuerda que cuando le comunicó de las fotos, él le pidió estar a solas un momento, pero debió de ser hace un par de horas. Nuevamente el hombre llora, y cierra la puerta de la heladera. Es mejor ir a comer algo afuera, pensar un poco, enfriar las cosas y después ir a casa y hacer algo. Sí, quizás eso le venga bien. Se acerca a la puerta, y el sonido de unos pasos lo detienen. Alguien se acerca. Algunos se acercan, son más de uno. Se paran en la puerta, hablan entre ellos. Ruidos de metales que encajan, pero no son llaves. La puerta se abre violentamente y dos figuras oscuras aparecen, y descargan enteramente sus pistolas sobre el cuerpo del hombre. Las frías balas entran en su pecho, entran en su cabeza, alguna le roza levemente la cara, otra lo desfigura por completo, y la sangre caliente brota de su cuerpo, humeando cae ciegamente sobre el suelo, y se mezcla con algunas lágrimas rezagadas, y otras que ya reposaban en la madera sucia de la oficina. Pronto, todo arderá en llamas, las fotos, el cuerpo del hombre, la heladera, la mesa.  


El llamado 
(Un teléfono celular suena. Un hombre alto, de cabellos rubios se disculpa ante algunos de los invitados a la fiesta, y se aleja hacia un rincón. Saca su teléfono del bolsillo interior de su saco azul.)
–Hola –atiende.
–Hola Paquito, ¿como va la fiestíta?, jeje, la próxima me invitas –contesta una voz algo grave, con cierta carraspera, un sonido casi similar al chirrido de un auto al frenar.
–¿Está todo hecho? –pregunta Paquito.
–Si jefe, ardió todo, ya está, las llamas eran hermosas, las hubieras visto nene, salían por la ventana como pidiendo auxilio... –entusiasmado con la descripción, aquella voz no escuchó la pregunta del hombre rubio.
–Si acabaron con el detective, quiero decir –volvió a repreguntar, esta vez sí, ante la atención del receptor.
–Claro Jefe, ahí quedó el pobre, tirado, si no es por el bigote no se lo conoce –dijo.
–¿Bigote solo? –arremetió Paquito, con cierta duda en el tono de voz, como si comenzase a dar cuenta de un error en la operación.
–Si, el mostacho del tipo era importante... –contestó aquella voz, dejando a entrever un cierto grado de miedo.
–Describíme al tipo –dijo de repente Paquito, saliendo ya del salón de fiestas, como buscando una mayor intimidad, y reflejando su preocupación en el gesto de rascarse la cabeza con el dedo índice, para luego llevar su mano al bolsillo del pantalón.
–Delgado, no muy alto, metro sesenta y algo diría yo, entradas generosas en la saviola, dientes casi perfectos, bigote... no sé qué más –respondió con toda sinceridad.
–Bueno, teniendo en cuenta que el detective tiene barba, es gordo, mide más de uno setenta, y de piel oscura parece que te equivocaste un poquito, ¡pedazo de imbécil! –dijo Paco, cuidando de no levantar mucho la voz, pero poniendo un especial énfasis en la palabra imbécil.
–Ah... bueno… más morochito quedó... mirá vos... qué cagada... y digame usté, ¿A quién boleteamos entonces? – ………………………………………………………………………………………………. El diálogo 

La oficina había quedado destruida, si es que antes no lo estaba. El frío ya se adueñaba por completo de la ciudad. En la vereda, un policía conversa con el detective, envuelto en un sobretodo negro y un sombrero, intentando emular a algún famoso investigador, quienquiera que sea. Ambos están fumando un cigarrillo. La discusión parece estar centrada en el incendio que destruyó la oficina del detective.

–Así que el hijo de Jorge, mirá vos... y con la minita que tiene se anda comiendo nenas por ahí –el policía habla con el cigarrillo en la boca. Largando el humo luego de enarbolar la frase.

–Sé... pero la nena tiene lo suyo –responde el detective. Su nombre es Raúl Bogado. Es detective desde que no encontró más trabajo de nada. Su oficina alquilada estaba asegurada, por lo que pretende arreglar su departamento, a pocas cuadras de su lugar de trabajo, y de estado similar, sólo que además de una mesa y un pequeño refrigerador, tiene una radio, una tele, un sillón y la cama, más algunos muebles de caoba, heredados de algún antepasados generoso.

–¿Y ahora qué vas a hacer?, porque este tipo te iba a liquidar a vos... –interroga el oficial.

–No sé Tito, creo que me voy a ver si puedo comer algo. –responde

–Ah, ya te había pagado el tipo entonces –

Bogado hace un silencio mientras aspira el cigarrillo, y tira el humo por el costado de la boca, con un suspiro casi de dolor, cierra los ojos con fuerza.

–Bueno, no comeré un carajo... la guita la dejé arriba –contesta sin fastidio.

–Ah... veníte, vamos a tomar algo al bar, ahí te comés una hamburguesa –ofrece el cobani.

–¿Invitás vos? –pregunta Bogado, con un dejo de sorpresa casi.

–No, me imagino que invita la casa, dale, vamos – ………………………………………………………………………………………………  

La perspectiva 

  El bar estaba tan poblado como siempre. El borracho de siempre, en su silla de siempre, la misma mujer en esa esquina de la barra, esperando algún bolsillo generoso que llene sus expectativas nocturnas. El cantinero como siempre, secando los vasos, en su pose yanqui que a mí me da cierto asco. Tito Yáñez, buen amigo a veces. Pagó mi cena de esta noche, pagó mis tragos, y me acercó a casa. Aquí dentro hace tanto frío como afuera, y el sillón suena y reclama ante mis deseos de sentarme. Ahora puede que esté todo perdido. El pendejo ese me mandó a buscar para que no le cuente nada al padre de esa nena, pero lo terminó callando a él. ¿Y ahora? ¿Para qué mierda va a querer matarme a mí?, si no soy más que basura, escoria, siempre fui eso, y nadie anda por ahí matando basuras, salvo los pibitos que no tienen mejor cosa que hacer. Me quedo sin cigarrillos, menos mal que Tito me compró un atado. Pobre tipo ese, tanto que la quería a la nena. Ahora está muerto. Menos mal que cobré antes y al final dejé la guita acá. El tipo lloró como un bebé cuando le mostré las fotos. En esta vida uno tiene que estar preparado para todo, la vida es tan hija de puta cuando quiere. La vida nos hace quedar mal en cualquier circunstancia, nos hace caer tan bajo la vida... nosotros somos tan sometidos a la vida que caemos cuando ella quiere. Y la muerte no hace nada. Hace una sola cosa que dura para siempre, y no nos anda jodiendo todo el tiempo con este tipo de cosas, no anda con vueltas. La vida misma son puras vueltas, son subes y bajas, son... tantas cosas. En cambio la muerte sólo puede ser una solución. No es un problema, es una solución a cualquier cosa. Y cuando uno no tiene cosas por las que vivir, la muerte le escapa a uno, lo deja con este gusto amargo en la garganta, esta especie de fuego que uno siente acá, en la nuez, y que no sale, no quiere irse. Antes pensaba que eso era miedo, otras veces pensé que era tristeza, amargura. No sé, qué carajo será, pero es algo que rara vez me gusta sentir. Como el frío, no me gusta sentir el frío. La cabeza la siento pesada. La garganta la siento ardiendo, y las manos heladas. El cigarrillo se me cae en cualquier momento y mejor lo apago, porque otro incendio hoy no sería bienvenido, aparte si me muero no puedo cobrar el otro seguro. Y ese pendejo me va a mandar a buscar, justo ahora que encontraba un laburo donde no tenía que seguir a la esposa de nadie. Bueno, seguí a la hija, está bien. Estaba bien la nena esa, y no pasa los 13 años. Pero estaba bien la nena. Se parecía a Georgina. Tan linda que es Georgina. No sé cómo heredó esa belleza, que se nota más en sus 8 añitos. No sé cómo sacó esa hermosura, porque de mí no viene, tampoco viene de la turra de su vieja, esa perra... pero Georgi es... es hermosa... y si algún día un flaco se le acerca lo recontra cago a balazos, aunque me metan preso. Lo mato, lo asesino, lo hago mierda, mirá. ¡Uy!, el mareo que me vino de repente. Mejor me recuesto acá, en el sillón, a la cama no llego, y esto es medio vergonzoso, jeje. Si me vieran mis viejos en este estado. Si me viera mi viejo, si supiera el laburo que hago... si mi viejita supiera que como puros fideos... qué rico el pollito que preparaba mi viejita, que rico que era... que linda que era mi viejita, seguro que la Georgi sacó de ahí toda la hermosura. Sí, ¿de qué otro lado la va a sacar?... si... ella es.... hermosa.... mi nena es..... mi nena es... her... mo...s...a...  

Espectador II

Una trompeta suena de fondo, la orquesta parece ser algo perfectamente complementario a su sonido, a su ritmo. Un saxofón irrumpe y da vuelta el panorama, se permite numerosas variantes en un género que las permite como propias. Seguramente debe de ser un saxofonista de color, o un blanquito con demasiadas horas encima del instrumento, y el corazón varias veces enamorado. La imagen de Bogado, en blanco y negro, tonos claros, todo es gris. Es una imagen patética, claro que si, pero que hermosa toma de cine. Descarte los significados que pueda tener, mirándola desde el techo, es sólo la suerte de un hombre que no ha muerto, pero que se empeña en no darse cuenta de ello.

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