domingo, 19 de agosto de 2007

Silencio

“Hay palabras que suben como el humo, y otras que caen como la lluvia.” (Marquesa de Sévigné) Dejé la lapicera en el medio del cuaderno, llevaba cerca de dos cuatro horas con la birome en la mano sin efectuar más que unas pocas líneas. Me dije que quizás un libro podría abrirme un poco la mente y dar viento a mis ideas que, en caso de existir, parecían estar enfrascadas y molestándose con los codos en las costillas ajenas. Al intentar pararme me di cuenta que estaba algo mareado y me costaría varios minutos reponerme, mas cuando noté que todo el cuarto estaba a oscuras. Pensé que en algún momento debía de haberme quedado dormido. No supe si fue antes o después de que el lugar se llenara de humo que entraba por mis ojos y me hacían toser de forma silenciosa. Nunca me gustó hacer ruido, sobre todo cuando el silencio parece haberse acomodado por entre los rincones del lugar en que me encuentre. No me imagino la vida sin el silencio, lo considero una compañía útil y fiable en cualquier momento, sea de soledad, de compañía, alegría o tristeza. Es el silencio el mayor confidente que podemos tener en nuestras vidas, es a él a quién le contamos todo, los recuerdos, y es él el que se encarga de repetirlos susurrante a nuestros oídos fríos hasta que lentamente se transforman en polvo y cenizas. El silencio que se sienta en la silla frente a nosotros y se dispone a escuchar, sin demostrar emociones, sin pedir nada, sin darnos otra cosa que la mayor y exclusiva atención. Muchas veces quise quitarle alguna palabra, para sentir su voz, y luego poder reconocerla en el sueño eterno, pero nunca me dijo nada. Nunca le guarde ningún rencor, por eso trato de no ahuyentarlo cuando aparece. Pero esta vez el humo lo distrajo y desapareció entre los gritos de los chicos del matrimonio que llegó la semana pasada al hotel. Se alojaron en la habitación frente a la mía. Es un matrimonio jóven, ella es rubia y tiene la nariz algo respingada (solo hablo del físico, no quiero dar a entender alguna idea ligada con la clase social, aunque no me sorprendería que así fuera) Tienen dos hijos que parecen ser de una edad cercana si es que no tienen la misma. Ambos son parecidos, con el mismo corte de pelo, el mismo color de ojos. Se diferencian en la estatura y en la vestimenta. El padre parece muy correcto, siempre bien vestido. Suele llevar la camisa por dentro de los pantalones limpios y planchados. La pareja salió detrás de los hijos, y creo que el hombre gritaba tanto o más que la mujer, lo cual no sé si es extraño, hace tanto que no trato con mujeres que siento que olvidé qué era lo que uno debía de hacer en cada momento. Si bien es algo casi instintivo, uno siempre tiene una especie de manual para esas cosas, tales como abrirles las puertas, cederles el paso, acariciarlas en determinados momentos, irse cuando están profundamente dormidas, recordarlas cuando queremos hacernos mal o escribir algo con cierto sentimiento. Pero no recuerdo qué hacer en caso de que el cuarto se esté incendiando. De cualquier modo yo me quedé sentado, esperando que el humo me permitiese releer las últimas líneas escritas, creo que trataban sobre una historia que un padre intentaba contar a uno de sus hijos sin lograr la atención de este. Entonces se me ocurrió algo así como hablar del silencio y allí me puse a escribir, hasta darme cuenta de que el humo no se disipaba, que de afuera provenían gritos de toda clase y sirenas. Luego como chorros de agua saliendo a borbotones chocándose contra algunas llamas que aullaban lastimadas ante el contacto. Ante tanto ruido creo que decidí irme, y levanté la vista y no encontré nada. Y llevaba mucho tiempo así, pues la habitación estaba a oscuras. Me mareé y la puerta, luego de un rato largo, se abrió. Un hombre de barba espesa y blanca se quitó el sombrero, entró y tendió sobre la cama un saco a cuadros, de color marrón. Lo mire con cierta impaciencia y tomé la lapicera en cuanto vi que tomaba impulso para hablar. Empezó a dictarme algunas peripecias suyas durante el día, incluyendo lo que hizo en cuanto se escapó del incendio, y dejó al silencio más profundo sentado a la mesa del cuarto, con todos los papeles, sin poder escapar de las llamas y el griterío de afuera.

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