martes, 1 de mayo de 2007

Exageración

Exagerar: tr. e intr. Dar proporciones excesivas
a lo que se dice o hace, encarecer, aumentar mucho una cosa
sin someterse a la realidad ni a la verdad.
Diccionario de la lengua española © 2005 Espasa-Calpe S.A., Madrid*
--------------------------------------------------------------------------------------------------
Cerca de las 3 de la mañana, el hombre se levantó de la cama, no podía dormir, y el colchón de dos plazas era terriblemente grande en ese momento, sensación que se amplificaba con la oscuridad que daba la luz de la luna. Fue hacia la cocina, convencido de que quizás algo fresco le trajera un poco de claridad al sueño. Hacía ya varias noches que dormía mal, sin conocer mucho el por qué. Previa excursión al baño, dónde se enfrentó un rato al espejo. Miró sus ojos, sus retinas, la garganta, examinó su temperatura con el dorso de la mano sobre su frente y luego con la palma en la cabeza. Nada parecía estar fuera de lo normal, no parecía estar enfermo, de no ser por las ojeras que se dibujaban bajo sus ojos. Ese detalle por un momento le dio algo de pena. La peor pena que hay es la que se siente por uno mismo.
Finalmente llegó a la cocina, no sin antes tropezarse con la punta de la mesita ratona, dándose en las canillas, y emitiendo un agudo grito seguido de un insulto por todos conocidos. Eso lo llevó unos pasos rengueando hacia su destino. Prendió la luz, y la bombita acribilló sus pupilas, por lo que decidió apagarla, con un evidente rostro de fastidio. Abrió la heladera, y sacó una jarra con agua. Lo único fresco que se podía encontrar en toda la casa. Buscó los vasos, pero no estaban dónde siempre. Uno, solitario y descansando boca abajo, estaba sobre la mesa. Los vasos de cristal, color verde casi, que habían comprado en un bazar de Flores. Pocos habían sobrevivido en esos últimos meses, y este era el único que parecía haber sobrellevado su destino de ser útil el mayor tiempo posible. Vertió el agua en el vaso, y por un instante, por una milésima de segundo, sonrió, al ver cómo el agua caía, como se pasaba de un recipiente al otro hasta llenar el vaso. El ruido inconfundible del líquido cayendo, tan puro, tan único. Dejó la jarra en la mesa, suspiro largo y profundo y miró aquél vaso, o su contenido, sin pensar demasiado, sin atrapar los pensamientos que volaban por su cabeza, sabiendo que siempre eran los mismos. Comenzó a beber, y los primeros sorbos saciaron su pobre sed. Sin embargo se dio a la misión de terminar con toda el agua servida, de un sorbo, sin dejar de beber. Así comenzó a inclinar su cabeza, como s le hubiesen contado un chiste muy bueno, y la risa lo empezara a doblar. El brazo acompañaba el movimiento de la cabeza, lento, la garganta seguía tragando el agua, emitiendo de vez en cuándo sonoros ruidos, semejantes a los de una bestia roncando. Mantenía los ojos cerrados, pero los abrió en cuanto notó algo extraño. Sin dejar de beber, le pareció que el agua era demasiada. No sólo para su sed, sino también para lo que era el vaso. Es imposible que el vaso tenga más agua que la que puede aguantar, sin embargo, así parecía. No podía mantener el agua en su boca, y el líquido comenzaba a escapársele por los costados, mojando su camiseta. Se escuchaba cómo algunos charquitos se formaban en el piso. Tambaleó un poco, y con su otra mano buscó a tientas un lugar para sujetarse, pero sin dejar de beber. El agua incluso ya se metía por sus fosas nasales, impidiéndole respirar con facilidad. Una tos parecía querer subirle por la garganta, pero no podía abrirse paso ante el avance de las aguas. El miedo entró en él, y no podía mantenerse en pie; la silla a la cual había acudido para sujetarse había resultado un fracaso, y ya perecía en el suelo. Sintió los ojos hinchados, la garganta no podía almacenar tanta agua y los pulmones comenzaban a llenarse también. No pudo bajar su brazo, no sentía casi el contacto de su boca con el del vidrio, sino que todo se había transformado en agua. En su camino hacia atrás, chocó contra la mesada, y cayó pesadamente en el piso, golpeándose la espalda y la cabeza, que se abrió en una herida sangrante y profunda al darse contra el mármol. El dolor fue terrible, pero la sensación más aterradora seguía siendo la de los pulmones llenos de agua. No podía gritar, no podía siquiera respirar o moverse demasiado como para hacer un escándalo de ruidos que trajeran a alguien. No supo si su mano seguía manteniendo el vaso en la boca, cuando su brazo restante, el izquierdo, dejó de moverse, y se quedó a su lado, como esperando un abrazo. Sus piernas tampoco pataleaban como unos segundos atrás, un calambre se adueñó de las pantorrillas y los músculos se tensaron hasta, casi, estallar. Las venas se marcaron en su cuello, sobre todo, y en la sien. Los ojos permanecían hinchados, buscando en el techo alguna solución. Una niña pasó por su cabeza, con un vestido celeste, y un moño en su cabello casi albino, sonreía y gritaba “Papi, papi, vení conmigo”. Absurdo, él no tenía hijas. Pero pensó en tenerlas con ella, que ahora seguramente dormía en alguna cama ajena, y bebería su jugo de frutas en un vaso de cristal verde. Pensando en aquella instancia dejó de luchar. De a poco fue cerrando los ojos, sin poder siquiera razonar cuán estúpido era ahogarse en un vaso de agua.

No hay comentarios: