jueves, 25 de enero de 2007

El laberinto del Fauno



Situada en el año 1944, el período inmediato posterior a la guerra civil española. No me acuerdo haber visto alguna otra película de Guillermo del Toro, pero con esta peli está dentro de los directores predilectos, sin dudas. Desde el punto de vista social y político, no es mucho más distinta de lo que es la historia: el militar fascista que poco le importa el bienestar del resto de las personas, la mujer resignada que prácticamente ya no vive para ella, los revolucionarios que buscan cambiar el mundo –o al menos resistir lo más posible –y entra la niña fantasiosa, un detalle que no es menor, ya que la película viaja entre los dos mundos, el de los adultos o el real y crudo; y el fantástico.

Tal vez esto sea lo novedoso, pero en cuanto a lo que es la película en sí, los efectos, el maquillaje, la imaginación plasmada en la pantalla en cuanto a lo fantástico. La realidad no es menos, las escenas gore, brutales, impactantes, esas que te ponen incómodo en la silla, un poco, que te duelen los ojos sin tener plástico en ellos.

Quienes me conocen saben que puedo hablar en serio de cosas que me importan, como estudiante de comunicación (discontinuo, es cierto) saben que puedo tener minutos de concentración con ciertos temas o que al menos puedo escuchar ante estas cosas. Y quienes me conocen mejor saben que tengo un costado sumamente infantil donde puedo disfrutar de las historias de hadas y demás. Lo cierto es que encontré de todo lo que me gusta, mezcla de historia real de esos tiempos, de épocas difíciles e ideales llevados casi al extremo, efectos duros y gore del bueno. Y una historia fantástica, al estilo Miyazaki en el viaje de Chihiro, pero sin animación, con efectos buenos que ayudan a vivir un poco en cada lado, al menos en el tiempo que dura la película. Después de salir de las salas, tan distintas a las del Dúplex que está apenas cruzando la gritona avenida. Como si estuviéramos entre dos mundos permanentemente.

Los dos mundos pueden no estar tan lejos de cada uno. Cada cual imagina su mundo fantástico, su mundo real no hace falta. A veces es solo dar un pequeño matiz, imaginar que de la nada sucede algo, que encontramos en el piso una llave, que vivimos una aventura. Pero cuando uno crece las aventuras suelen ser trágicas, dramas reales que nos inundan de temor e inseguridad, nada más lejos de aquella sensación de adrenalina que vivimos de chicos ante el encontrar un manojo de llaves en el parque. Creo que todos tenemos ese mundo dentro, o al menos todos lo vivimos de chico. En este momento no recuerdo haber vivido en un mundo de fantasías, pero seguramente debo tener más de alguna vida perdida en esos sitios. Los tengo guardados en algunos sueños que a veces visito y siempre espero acordarme para anotarlos en algún lado. Quisiera tenerlos ahora también, quisiera vivirlos hoy de la misma manera que entonces. De muchas maneras lo puedo hacer, pero es raro sin caer en el mote de inmaduro, incluso de parte mía. El tema es que sin ser tan mágico como Miyazaki, Del Toro me ayudó a volar un poquito por ahí, y siendo tan crudo como Soriano, me dejó los pies bien en la tierra pensando en que es cierto, los mundos fantásticos se tocan, como espejos; y que luego de terminada la película, uno no sepa bien cuál de los mundos resulta más increíble.

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